Un marzo alucinante
El viernes 6 de marzo la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, anunció el primer caso de coronavirus en Colombia. Una joven de 19 años, recién llegada de Italia, fue atendida en la Fundación Santafé de Bogotá. Alguna importancia le dimos a la noticia, pero seguíamos muy pendientes del grado de economista de Valeria, que iba a celebrarse 7 días más tarde, con ceremonia a las 5 de la tarde, comida en algún restaurante esa noche y almuerzo familiar ampliado el sábado 14 de marzo.
El fin de semana, 7 y 8 de marzo, transcurrió normal, asimilando apenas las noticias del virus, pero todavía viéndolo como algo lejano. Mis hermanos mellizos confirmaron asistencia a las celebraciones del grado, mi hermana Claudia no podía asistir porque tenía un matrimonio ese mismo sábado 14 en Cartagena. Fuimos a misa como de costumbre a Cristo Maestro el domingo 8 a las 8:30 de la mañana, no hubo nada especial, salvo que algunas personas se negaron a dar la mano en el momento de la paz. Igualmente, muchas personas más de lo normal comulgaron recibiendo la hostia en sus manos, lo que me extrañó. Mi esposa me aclaró que el día anterior la Arquidiócesis de Bogotá había emitido unas recomendaciones generales sobre el coronavirus, pero aquel domingo ni siquiera se preocuparon en la parroquia por advertir a los feligreses.
El lunes 9 hubo catástrofe en las bolsas mundiales y el dólar llegó a $3800. Ya se veía que el pánico llegaba a los mercados financieros, ya comenzamos a pensar en que nos iba a llegar la epidemia a nuestro país. Pero todavía era muy poca la alerta en las autoridades, no había ni siquiera una recomendación general de aislamiento. Se comenzaba apenas a hablar del lavado de manos como medida de prevención.
El martes 10 nos llegaron los primeros golpes. Mi primo Juan Carlos González moría en Medellín, después de luchar dos años contra un agresivo cáncer. Mi hijo mayor nos aconsejó ese día suspender una reunión con alguien que llegaba de Suiza, prevista para el martes 17 de marzo. Yo pensaba que era algo prematuro, pero una rápida lectura de periódicos internacionales le daba toda la razón.
Esa tarde, en medio de una impresionante granizada, nos llegó la noticia de la suspensión del grado de Valeria, pues en la Javeriana se iban a reunir 9000 personas a lo largo del viernes 13, en varias ceremonias de grado. Otras universidades hicieron lo mismo, generando todo tipo de reacciones entre los estudiantes.
Esa tarde, en medio de una impresionante granizada, nos llegó la noticia de la suspensión del grado de Valeria, pues en la Javeriana se iban a reunir 9000 personas a lo largo del viernes 13, en varias ceremonias de grado. Otras universidades hicieron lo mismo, generando todo tipo de reacciones entre los estudiantes.
El miércoles 11 se decretó aislamiento preventivo para viajeros de China, Italia, España y Francia, confirmando la recomendación de Pipe el día anterior. Ese mismo día nos llegó un correo de la Universidad Javeriana, confirmando que Valeria había obtenido el más alto promedio de su promoción en el último semestre académico, pero al mismo tiempo suspendían la ceremonia donde le iban a dar mención de honor. Una gran alegría por los triunfos de Valeria, pero al mismo tiempo tristeza y nostalgia por no poder celebrarlo. Por algunas horas decidimos seguir adelante con el almuerzo del sábado 14, luchando contra las evidencias que ya se veían por todos lados. Pero en la noche del miércoles 11 tomamos la decisión de suspender toda clase de celebraciones. El presidente Duque decretaba esa misma noche la emergencia sanitaria nacional y prohibía reuniones de más de 500 personas.
El jueves 12, ya con todo esto encima, propuse a los miembros de mi Liga de Bolos suspender la ronda de esa noche. Me llovieron rayos y centellas. Exagerado, alarmista, me dijeron. Duque solo había prohibido reuniones de 500 personas y nosotros apenas somos 24, decían. Total, perdimos 3 a 21 la decisión de aplazar la reunión. Yo no asistí, siguiendo las recomendaciones generales y buscando proteger a mi mamá, con quien pensaba verme aquel fin de semana. Hablamos esa noche con mis hermanos, Juanma seguía confirmado en su viaje a Bogotá, Juan Carlos suspendía para quedarse en Ibagué y Claudia seguía firme en su idea de viajar a Cartagena, pues ya tenía todo pagado.
Esa tarde del jueves 12 hicimos mercado de previsión de aislamiento, como granos, cereales, atún, jabones, etc., tratando de no exagerar. A través de Facebook Marketplace contacté esa noche a vendedores de gel antibacterial, aerosoles y toallas desinfectantes, para entregas en el fin de semana, que pensábamos podía ser el último normal hasta comienzos de mayo.
El viernes 13 temprano se suspendió el matrimonio al que iba Claudia a Cartagena, pero ella insistía en viajar, a pesar de la alarma general. Pipe ya quedaba ese día en Home Office y muchos colegios anunciaban trabajo virtual a partir del lunes 16, ante el anuncio del gobierno de cerrar todos los colegio públicos hasta el lunes 20 de abril. Esa tarde estuve un buen rato en Hacienda Santa Bárbara, esperando a Liliana y Valeria que estaban en una larga cita de oftalmología. Sentado en Popsy, miraba aterrado el movimiento de domicilios de gente pidiendo helados. Se habla mucho del pedido anormal de papel higiénico, pero en aquella tarde de viernes la gente pedía helados como si fueran el antídoto para el coronavirus.
El sábado 14 almorzamos lo que pensábamos dar en el almuerzo de Valeria, lasañas mexicanas, los famosos budines indios de Ximena Leal. Habíamos pensado invitar a mi hermano Juanma con su familia ampliada, pero finalmente desistimos, ya con mucho temor de hacer reuniones grandes.
Mi hermana había amanecido muerta del susto esa mañana, suspendiendo su viaje a Cartagena. Vinieron Danny y Marce con Juan y Abril, ya con la idea de que era la última reunión con ellos en varias semanas. Esa tarde, en una fuerte sesión virtual de la Junta de la Liga de Bolos, tomamos la decisión de suspender las reuniones de los jueves, a pesar de no contar con unanimidad en la decisión.
El domingo 15 fuimos muy temprano con Liliana a la Iglesia de Usaquén, sabiendo que era nuestra última misa presencial en varias semanas. Llegamos a la casa a quitarnos rápido la ropa, bañarnos, desinfectarnos y luego desayunar. Todavía Hatogrande y el Club Campestre de Ibagué insistieron en abrir sus instalaciones aquel domingo. En la tarde vinieron Pipe, María Paula y Alicia, también conscientes de la cuarentena que se venía. Ese día se desató un pequeño escándalo en Ibagué, pues se divulgó un audio privado de mi hermano Juan Carlos, alertando sobre el avance silencioso del coronavirus en la ciudad. Mi hermano, que venía pidiendo aislamiento preventivo a toda la comunidad, quedaba en medio de una polémica innecesaria, en momentos en que se requería unidad en las decisiones a tomar.
Esa noche de domingo hablamos con Liliana sobre la situación de Gabriela, nuestra querida sobrina, que vive con nosotros en Bogotá. Ante la perspectiva de un mes de aislamiento, pensábamos que podía ser más productivo y más tranquilo para ella pasar la cuarentena forzada en Ibagué. Hablamos temprano el lunes con Juanma, para proponerle eso.
No sabíamos que a mi hermano se le iba a venir el mundo encima esa mañana del lunes 16, con una seguidilla de malas noticias. Después de colgar conmigo, lo llamó su hijo, mi sobrino Simón, a contarle que la petrolera donde trabajaba lo acababa de despedir, como consecuencia de la brutal caída del precio del petróleo la semana anterior. Más tarde, en varias visitas de negocios, todos los clientes le contaron de la cancelación masiva de pedidos. Y para cerrar con broche de oro, se habían quedado el fin de semana donde una pariente de mi cuñada Adriana, cuyo esposo había estado el sábado 14 en una comida con alguien llegado de España, que había resultado con test positivo de coronavirus el lunes 16 en la mañana. Juanma y Adriana quedaban en cuarentena en Bogotá, mi sobrino sin trabajo y su otra hija aparentemente sin casa, pues así habían entendido el mensaje que les habíamos dado.
Esa mañana del lunes 16 estuvimos con mi mamá en una cita de cardiología urgente, en un centro médico grande en el norte de Bogotá, semi vacío y silencioso. Afortunadamente todos los exámenes le salieron bien, pero el médico le recomendó aislamiento inmediato. Salimos de la cita a hablar con mi hermana, muy conscientes de la necesidad de aislamiento de mi mamá. Más tarde hablé con Juanma, muy angustiado con las malas noticias. Inmediatamente le dijimos que Gabriela seguía en nuestra casa, que la situación cambiaba totalmente con sus noticias. Seguíamos trabajando, pero ya en plan de cerrar oficinas cuanto antes y pasar a tele trabajo.
El martes 17 por fin Hatogrande tomó la decisión de cerrar sus instalaciones. Ese día todavía fuimos a la oficina y a comités semanales normales. Las iglesias de Bogotá y de la sabana quedaban cerradas desde ese martes, por decisión conjunta de los arzobispos de la región. El miércoles 18 fue el último día normal, asistí a una reunión en North Point en la mañana, ya sabiendo que se venían 4 días de aislamiento, decretado por la alcaldesa de Bogotá. Hice aquella mañana la última pasada por Carulla, para comprar las últimas cosas, con muchísima gente haciendo compras de último momento para el puente de cuarentena.
En esos días pasaron muchísimas cosas a nivel estatal, en un frenesí de medidas descoordinadas. La alcaldesa de Bogotá se puso al frente de la situación mostrando gran liderazgo, mientras el gobierno nacional patinaba y no mostraba un frente común. Ante la falta de liderazgo y el ejemplo de Claudia López, cada alcalde comenzó a tomar medidas individuales, que hacían más daño que beneficio. Finalmente el presidente Duque tomó las riendas y asumió el manejo de toda la situación, a pesar de algunos roces con Claudia López y otros funcionarios locales.
A nivel familiar, el miércoles 18 salieron por tierra para Medellín Pipe, María Paula y Alicia, por decisión tomada el martes 17 en la tarde. Fue una muy acertada decisión, están ahora en Rionegro en una finca muy cómoda, rodeados de familia y de aire libre. Similares decisiones tomaron mi suegra, que salió para Anapoima y mi tía Oliva, que salió para Ubaté.
El jueves 19, 125.000 carros salieron de Bogotá, algunos de puente y muchos otros que querían salir de la gran ciudad en estos días complicados. Parecía que se trataba de muchos inconscientes que todavía querían salir de paseo, pero el tiempo ha demostrado que solo una pequeña parte de esos viajeros regresó después de los 4 días decretados por la alcaldesa.
Dentro de esos 125.000 carros estaba el de mi hermano Juan Manuel. El jueves habían recibido la noticia de que el test del pariente de Adriana había resultado negativo y que podían salir del aislamiento preventivo. Con las horas contadas y con el cierre de Bogotá anunciado, corrieron como locos para salir de la ciudad. En un alucinante viaje de más de 7 horas, llegaron a Ibagué cerca de la medianoche, encontrando una ciudad en pleno toque de queda. De nada valieron las explicaciones y las historias, recibieron una multa cercana al millón de pesos por violar el toque de queda local. Pero pudieron llegar a su casa en la madrugada, para quedar aislados desde el viernes 20.
El jueves 19 contraté a mi conductor de confianza para llevar algunas cosas a miembros de la familia, en el último día antes del aislamiento preventivo. Ya cerraban totalmente empresas como Arturo Calle y Cine Colombia, respetando los contratos con sus trabajadores. Yo había tomado desde el jueves 18 la decisión de escribir un nuevo blog, donde pudiera registrar algo de la avalancha de medidas, noticias e innumerable información recibida a través de redes sociales. Dediqué parte del viernes 20 a organizar el nuevo blog y escribir las primeras entradas.
El puente festivo fue el experimento para ver cómo podía funcionar Bogotá en medio de un aislamiento general. En medio del puente el presidente Duque decretó 19 días de aislamiento general en Colombia y el cierre del país al mundo. Dura medida, que personalmente me golpeó muy fuerte. Una cosa es imaginarse el encierro, otra cosa es vivirlo y asimilar las medidas y sus efectos. Es claro que muchísimas personas, a lo largo de la historia de la humanidad, han pasado por las experiencias de encierros forzados, pero es muy impactante vivirlo y saber que las consecuencias sociales y económicas van a ser muy fuertes.
Llegó el martes 24, último día antes del aislamiento nacional. Bogotá tomó la medida de extender a ese martes los 4 días que ya se habían pactado, creando algo de confusión. Más de 600.000 personas usaron Transmilenio aquel martes, a pesar del supuesto cierre de la ciudad. Mucha gente parecía haber quedado bloqueadas dentro o fuera de la ciudad, la alcaldesa debió flexibilizar algo las medidas que impedían la circulación de carros. Al final, solo 30.000 vehículos regresaron a la ciudad, pero también salieron 28.000 carros hacia otros destinos. Nosotros ya nos quedamos en casa, cumpliendo las recomendaciones de las autoridades. Entre el miércoles 25 y el viernes 27 trabajamos ya con eficiencia desde nuestra casa.
¿Como estamos? Bien, llevando estos días con tranquilidad y adaptándonos a un ritmo de vida muy distinto, pero a la vez muy acorde con nuestra rutina. A las 7 de la mañana Valeria ya está trabajando, los demás un poco más tarde, pero a las 8:30 de la mañana la casa funciona como cualquier día laboral. Usamos ropa normal de oficina, con algún grado de flexibilidad. Yo sigo afeitándome y trato de no permitirme nada distinto a la rutina de cualquier día laboral. Con Liliana vemos diariamente a misa transmitida desde el Vaticano, oficiada por el Papa Francisco. Ella reza más de lo normal, yo no he encontrado todavía la manera de orar en esta crisis. Vemos televisión, tratamos de leer algo de la avalancha de información que llega, no vemos noticieros, nunca lo hemos hecho. Valeria y Gabriela han llevado el encierro con gran sabiduría y madurez, me les quito el sombrero.
Nuestra empleada, Yuneidith, recién llegada a Bogotá desde María La Baja, nos ha ayudado mucho y lleva con gran entereza este encierro. Llegó a Bogotá el 9 de marzo y solo pudo salir un día, le ha tocado un encierro duro con personas que no conocía. Es una mujer joven y muy inteligente, no la hemos visto desfallecer en esta difícil coyuntura.
Nuestros hijos bien, Danny y Marce con los niños en Bogotá, Pipe y María Paula en Rionegro. Mi mamá bien, en casa de mi hermana, muy cuidada y acompañada. Mi mamá ha demostrado a lo largo de su vida una inmensa fortaleza en las crisis, esta vez no ha sido la excepción. Valiente, inteligente, sabe muy bien medir y asimilar los riesgos de esta situación. En resumen, somos una familia normal, viviendo una situación que nadie visualizaba hace pocas semanas. Esperamos salir de estos tiempos de pandemia fortalecidos y apreciando mucho más la vida en familia.